
Mostrar un lado tuyo,
tan personal, tan especial a personas que conoces hace un par de meses es
bastante difícil… por lo menos para mí. Encuentro que es regalarle el camino
fácil a estas personas para llegar a conocerte, sin siquiera el mínimo esfuerzo
de intentar conocerte por interés de aquellos mismos. A pesar de todo, tenía que
hacerlo, ya que me cuestioné el hecho de que si otra gente desnudaba su
interior frente a mi ¿Qué me hacía a mi tan especial para no hacerlo?
Buscar un objeto que sea preciado y que tenga un valor
incalculable, también fue una tarea difícil. Fui criada sin ningún apego a lo
material, me enseñaron que no hay que aferrarse a las pertenencias de uno y que
las cosas, si fueron importantes, volverán pero de forma distinta.

11.00 de la noche del día anterior y aun no tenia
absolutamente nada. Me sentí inútil, frustrada y enojada y cuando estaba a
punto de rendirme, encontré un estuche pequeño, con un color azul que atraía a
cualquier desinteresado. Sabía lo que era. Dentro se encontraba un anillo.
Simple. Plateado. Con una inscripción. Lo vi y pensé “Bueno, este es el único
objeto que logra abarcar todo lo que sentimos en algún momento”
Cuando me llego la hora de sufrir un estallido emocional
inevitable, estaba totalmente asqueada. Asqueada por la próxima exposición,
asqueada de tener que hablar de él y lo que representaba para mi, asqueada por
el sentimiento de nostalgia infinita que me recorría el cuerpo al sostener tan
minúsculo objeto y asqueada por los sentimientos contradictorios que me
azotaban con un millón de látigos del pasado.

Temblorosa me dispuse a vomitar sentimientos. Resultó
corto y sincero, dulce a mi paladar y
amargo para mi corazón.
Le entregué simbólicamente mi objeto a la Jazni y procedí a
retirarme de ese salón con tristeza cegadora, palpitante vergüenza e intentando
borrar de mi mente la autoflagelación que cometí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario